lunes, 4 de mayo de 2009

PILDORITAS DE COLORES


Cuando lo echaron cosas estaban duras.
Fueron seis meses de angustia, los pocos ahorros se acabaron muy rápido. Empezar a trabajar en el laboratorio del trabajo las fue una bendición.
Para el y su familia las cosas comenzaban a aclarar.
Al principio fue muy desgastante, tuvo charlas con doctores y químicos, querían saber todo de él. Llenaba formularios todo el día. Dejaba constancia de todo su pasado medico y de su vida presente.
Firmo muchas declaraciones juradas, todo era por el bien de la humanidad, le decía el doctor. A él solo le interesaba el cheque riguroso y con muchos ceros a fin de mes.
Primero fueron las pastillitas rojas, todos los días cada ocho horas. Los doctores controlaban que la tomara, lo demás era casi divertido: muestras de sangre, orina, fecal. La presión y el pulso cada dos horas, radiografías por todos lados. Pero lo más cansador eran las preguntas de los doctores.
¿Para que querían saber si respondía en la cama y cuantas veces por semana? ¿Que les importaba si estaba nervioso o calmado o si iba de cuerpo normalmente?
Nunca les contestaba toda la verdad. Que lo averiguaran si eran inteligentes.
Lo que menos le gustaba era probar los jarabes. El jarabe era el mismo pero de diez sabores diferentes, él debía catarlos y elegir el mejor sabor. Siempre elegía el más feo. ¿Quién se lo podía discutir?
Se había acostumbrado a los inyectables, pero esos días no volvía a casa hasta la otra mañana. Eran fuertes. Según el día, la inyección lo ponía muy triste o super alegre, pero siempre veía gente de rojo por las paredes. El doctor le contaba que hablaba muchas cosas y todo quedaba grabado. Con cada medicina decía cosas diferentes.
Las cosa se pusieron pesadas cuando le empezaron a inyectar “pequeños resfrios”, como decía la doctora. Eran solo estornudos y dolor de cabeza, pero después empeoraba.
Con el tiempo tuvo “pequeñas” paperas, hepatitis, cólera, sífilis, y rubeola. Siempre volvía al laboratorio para que lo curaran y antes de pasar a cobrar le enchufaban algún virus nuevo.
Después que le dieron la ultima inyección nadie quiso volver a atenderlo, no se querían ni acercar. Le dieron una buena cantidad de dinero y le dijeron que no lo querían volver a ver.
En quince días el corazón se le abrió en dos como una manzana. FIN.

domingo, 3 de mayo de 2009

EL COLORADO


Cuando el colorado iba por la cuarta ginebra bastaba juntarse en ronda, servirle la quinta copita y abrir bien los oídos. Nunca creíamos en la veracidad del relato, pero que era interesante, era interesante.
- Los manicomios- decía el colorado- los manicomios de todo el mundo, desde los más humildes hasta los más lujosos, estan dirigidos y mantenidos por un mismo grupo.
- ¿Cuál?. Preguntábamos solo por no cortar el relato.
- Por el vaticano, viejo. Y se reía el colorado. Se reía hasta con las muelas que no tenía. Con la boca muy, muy grande.
- Piensen un poquito. ¿Que pasaría con todo el dinero, los tesoros, las grandes catedrales, los bancos, las inversiones, los sueldos, las acciones, los paquetes turísticos con foto incluida y la presión política del vaticano, si derepente cayera del cielo un enviado o dios mismo?. ¿Eh?
Un imperio gigantesco se caería en el tiempo de un parpadeo.
No más intermediarios religiosos, no mas velas, libros, aceites, donaciones, mantos, fotos, agua bendita, vinos, hojitas y ningún otro producto típico o souvenir, se terminaría todo.
Pregunta. ¿Dónde sino al manicomio iría cualquier enviado de dios?
Desde la creación del vaticano y los loqueros ¿a cuantos enviados de dios hemos matado de electroshoks o baldes de allopidol?.
Así el sistema sigue girando. Y no me vengan con los ideales morales y éticos del vaticano, por que me levanto y me voy.
¿Quién me sirve otra copita? ¿por que brindamos?Por los locos, por los cuerdo, colorado. Y levantamos nuestras copas de transparente veneno. Fin

DOS CORTADOS DOS COGÑACS


Domingo tres de la tarde. Lluvioso y muy frío. En las calles no camina ni un alma.
El bar es antiguo y está enclavado en el barrio de Boedo. Sillas de madera oscura, mesas sin mantel, mozos veteranos y cansinos. Solo una mesa está ocupada por dos hombres de unos cuarenta años vestidos con ropa informal pero cara. Uno de los dos levanta la mano y dice:
- Dos cortados y dos cogñacs, por favor...
Ustedes no me van a creer. Eran Dios y el Diablo. El mozo trajo los cafés, los cogñacs y un mazo de cartas españolas.
- Cualquier cosita, me llaman- dijo el mozo con acento español que no se le iría ni cien años.
Los hombres comenzaron tomando el café en silencio. Disfrutando la compañía de un antiguo amigo.
- ¿Cómo andás, viejo?- rompió el silencio el Lucifer.
- Bien, bien, un poco cansado, nada mas- dijo Dios.
- ¡Pero che, arriba ese ánimo carajo!
- Sí, tenés razón. Ya está. Ya se me pasó. ¿Vos, cómo estás?
- Tranquilo, tranquilo. ¿Y hoy?- dijo Satán mientras barajaba el mazo de cartas- ¿Qué apostamos hoy?.
- No sé. ¿Que te gustaría?
- La verdad es que no se me ocurre. La última vez te dejé con tan poco que no creo que te quede nada importante.
Dios negaba con la cabeza sonriendo con sorna.
- No te creas. Siempre queda algo, siempre.
- Mirá, los políticos, los curas y los dentistas hace rato que son míos. ¿Que vas a apostar?. Los periodistas se vinieron por propia voluntad y la vez anterior te gané a los plomeros y a los referís de fútbol.
- Esa vez me hiciste trampa, reconocelo.- dijo Dios señalándolo con el índice.
- Esta bien, lo admito. Es mi estilo y vos lo sabés muy bien. Te recuerdo que me creaste para eso.
- Es verdad te concebí para eso, pero tampoco te lo tomes tan a pecho. Conmigo deberías ser un poco más honesto.- dijo el supremo abriendo ligeramente las manos.
- Me parece que te olvidás porque me tuve que ir a vivir solo, hacete cargo de tus creaciones. No me pidas que sea buenito con vos. Bueno basta de charla. ¿ Que jugás?.
- Que te parece si apuesto a los médicos y vos apostás a los curas así los recupero.
- Mirá: vos tendrás a algunos médicos pero nada mas y en cuanto a los curas, sabés bien que ellos no quieren ir con vos, dicen que sos un poco “aburrido”, que conmigo se divierten más. Mejor te juego a los jueces que te están haciendo falta.
- No, en poco tiempo tendría que echarlos de nuevo. ¿Porqué no me devolvés a la policía o a los militares?
- Está bien los apuesto, pero vos apostás a los menores de cinco años que nos están haciendo falta. Algunos pecados no los podemos realizar.
- Sabés que es lo único que no puedo perder, no, no hay trato.
- Entonces, no sé – dijo Satanás tomando la copita de cogñac.
- No sé – dijo DIOS saboreando el café ya frío.
Pasaron largos minutos sin que nadie dijera nada. Solo se escuchaban los ruidos de los colectivos que pasaban por la calle y la mañana que empezaba a hacerse medio día.
- ¡Ya sé! – gritó Belcebú como si hubiera descubierto América.- se me acaba de ocurrir algo fantástico que no te podes negar.
- Siempre me puedo negar, entendés, siempre.
- Vas a ver que esta vez no tendrás dudas de la apuesta. Esto te conviene a vos y me conviene a mí. Claro, el que gana recibe la mejor parte.
- No puedo imaginar que se te ocurrió. Me muero de ganas por saberlo.
- Mirá, es bastante sencillo. Si yo pierdo todo lo que llevo ganado pasaría a ser tuyo. Sin ningún tipo de cláusulas.
- Sabés que no puedo apostar todo, tan estúpido no puedo ser.
- No, no te voy a pedir eso, tranquilo. Si vos llegas a perder lo único que quiero es que te tomes unas vacaciones de un tiempito. Y me dejes a mí trabajar tranquilo, sin interrupciones.
- ¿Cuánto tiempito?- preguntó Dios.
- Cien años, nada más. Creo que es un trato justo. ¿No te parece?.
- Como justo, es justo.- dudaba Dios.
- Eso sí, dijo Satán, nadie tiene que enterarse de este trato. Vamos querido, cien años pasan volando y si llegas a ganar recuperas todo. ¡Que aburrido va a estar esto!. No sé como voy a soportarlo. ¿Y? ¿Que me contestas?
Dios lo pensó muy poco tiempo. Su inteligencia es rapidísima. Entonces contestó.
- Está bien. Me parece justo el trato.
- ¡Excelente! ¿Empezamos?.
El diablo comenzó a barajar las cartas. Ellos solo jugaban al truco por que todos saben que dios no juega a los dados. Dios cortó y la partida se inició. FIN.

EL JUEGO DE LA ORCA


Debía estar agradecida, es cierto. Pero le costaba admitirlo.
Aquella mañana amaneció sola y abandonada en la playa. Su fuerza de recién nacida no supo liberarla de los bancos de arena. Estaba exhausta, hambrienta y estar seca no le hacia nada bien. Se había entregado a la muerte cuando la empezaron a mojar con agua de mar fría y salada. Se dejo llevar por los del acuario, se dejo curar las heridas y se alimento como nunca antes lo había hecho.
La pileta nunca fue grande, pero a medida que ella crecía la pileta se achicaba más.
Nunca entendió los aplausos de la gente, si saltar o pegarle a una pelota eran ejercicios sumamente simples con lo que puede hacer una orca en el océano.
Todos los días lo mismo: silbato, pelota, silbato, pescado, silbato, salto, silbato, pescado.
No le importaba que el acuario cobrara entrada o que sirviera para lavar dinero como fundación.
Silbato, pelota, silbato, pescado.
Debía estar agradecida: si no fuera por ellos nunca hubiera llegado a ser adulta, enorme y pesada.
¿Debía estar agradecida?
Una tarde en pleno febrero, con las plateas repletas de chicos y grandes que sacaban fotos, debía hacer el número del show.
Era fácil pegarle a la pelota a cinco metros de altura con la cola. El locutor la presentó: silbato, la música deja de sonar, la gente mantenía un silencio mortal, ella se hundió hasta el fondo mismo de la pileta, silbato, comenzo a subir con mas fuerzas que nunca, rápido, rápido, silbato, silbato, se canso, se harto, dijo basta...
Las cámaras fotográficas estallaban justo en el instante en que oblicuamente su tamaño impresionante saltaba directo a las gradas y caía con todo su peso sobre las cabezas asustadas y las malditas cámaras de fotos.
Nadie hubiera descubierto en una ballena muerta, que la expresión de su cara era una sonrisa.
Fin.